
5 de abril de 1994. En Seattle, el cielo estaba nublado. Nada nuevo. Pero ese día, la música dejó de sonar igual. Kurt Cobain fue encontrado muerto con una escopeta y una nota. Tenía 27 años. En ese momento no lo sabíamos, pero el grunge acababa de morir con él.
Treinta y un años después, Kurt sigue vendiendo.
Vende camisetas en Zara, vende autenticidad en reels de TikTok, vende melancolía en campañas de perfume.
La industria que detestaba lo convirtió en su mártir perfecto. No porque haya sido un héroe —él nunca quiso serlo—, sino porque es mucho más rentable muerto que vivo, callado que incómodo.
Kurt no era solo una voz, era un grito contra la hipocresía, contra la máquina que devora todo: el éxito, la música, el arte… y a las personas. Su presencia molestaba, incomodaba. Tenía ese tipo de lucidez maldita que solo algunos pueden sostener. Y no la sostuvo. Porque nadie debería tener que sostenerla solo.
El Unplugged de Nirvana, grabado pocos meses antes de su muerte, fue su último gesto artístico. No fue un show, fue una despedida. Un funeral en tiempo real, con flores secas, velas y una tristeza que podía cortarse con los acordes de The Man Who Sold the World. Ahí dejó claro que su legado no eran los hits radiales. Eran sus referencias: Bowie, Lead Belly, los Meat Puppets.
Ese setlist fue un manifiesto: esto es lo que vale. Esto soy yo.
Pero no lo escuchamos. O no quisimos. Lo canonizamos, lo estampamos en mochilas escolares y lo transformamos en ese ícono de “lo auténtico” que tanto odiaba.
“Prefiero ser odiado por lo que soy que amado por lo que no soy.”
Lo dijo, pero lo hicimos igual.
Lo amamos por lo que no era, porque es más fácil romantizar al mártir que lidiar con el hombre.
La contradicción era insoportable: resistir desde adentro del sistema que querés derribar.
¿Podés hacerlo sin que te devoren?
¿Podés sostener la rabia sin romperte?
¿Podés decir que no en un mundo que solo acepta el sí?
Kurt no se suicidó por la fama. Se fue porque no podía escapar de ella. Y porque vivir en un mundo que todo lo absorbe, incluso tu resistencia, puede ser más violento que morir joven.
Hoy, 31 años después, el sistema sigue igual. Solo que ahora tiene filtros. Tiene playlists. Tiene nostalgia embotellada. Y sigue usando su cara como logo de rebeldía prefabricada.
Kurt quería desaparecer. Nosotros lo convertimos en contenido.
¿La vuelta de Nirvana , homenaje genuino o resurrección forzada?
Cobain despreciaba la comercialización de su propio éxito. Convertir a Nirvana en un holograma corporativo de su legado, con un frontman millennial que creció en la era del autotune, es una ironía que no podemos ignorar. Pero tampoco podemos fingir que el grunge sigue siendo lo que era. Si algo nos enseñó la música de los 90 es que nada es sagrado y que lo auténtico a veces nace del choque de lo inesperado.
Así que, ¿esto es puro marketing disfrazado de tributo? ¿O tal vez el espíritu de Nirvana nunca fue sobre quién está al micrófono, sino sobre romper esquemas?
Post Malone en Nirvana es un reflejo perfecto de esta era: una mezcla de nostalgia, contradicción y la constante reinvención de lo que consideramos real en la música. Y, si algo hemos aprendido, es que en la industria, lo auténtico y lo rentable rara vez viajan en el mismo autobús de gira.
Ahora, la pregunta queda en el aire: ¿Te emociona o te incomoda? Porque al final, eso es lo que Nirvana siempre hizo.
Mariana XoXo
Foto Portada , Nirvana sitio Oficial