
Murió Ozzy Osbourne, y con él se apaga una de las voces más salvajes, teatrales y proféticas de la historia del metal. Tenía 76 años y acababa de dar su último show en Birmingham el 5 de Julio, la misma ciudad donde hace más de medio siglo había encendido la chispa de un género que cambiaría la música para siempre: el heavy metal.
Junto a Tony Iommi, su guitarrista eterno y alquimista del riff, fundó Black Sabbath, el grupo que transformó el miedo en sonido y el sonido en una religión oscura. Ozzy no solo llevó el terror al escenario, lo convirtió en arte. Su forma de cantar, de aullar, de gritarle a la oscuridad como si pudiera domesticarla, definió una era. Pero su legado va mucho más allá del cliché del rockstar desquiciado: Ozzy fue un visionario. El primero en convertir el miedo, el dolor, el vicio y la culpa en liturgia sonora. Una figura tan excesiva como entrañable, tan caricaturesca como profundamente influyente.
Sin Iron Man, Paranoid o War Pigs, probablemente no existiría la mitad del metal moderno. Y sin Mr. Crowley, Crazy Train o No More Tears, el imaginario de la cultura pop perdería uno de sus personajes más inclasificables: una mezcla entre un demonio, bufón y un sobreviviente absoluto.
Redacción MgzMag
Ozzy fue la voz del apocalipsis, Tony Iommi fue quien lo compuso nota por nota. El guitarrista, con sus dedos mutilados y su tono imperturbable, dio a luz algunos de los riffs más oscuros, fúnebres y pesados de toda la historia del rock. El tema Black Sabbath, de 1969, arranca con el diabolus in musica, un intervalo prohibido en la Edad Media por sonar, literalmente, demoníaco. Y eso fue lo que hicieron: convertir la herejía en sonido. Iommi ralentizó el blues, lo distorsionó y lo volvió amenaza. Cada acorde parecía un presagio, cada riff una misa negra. Sin esa alquimia tétrica entre guitarra y voz, el heavy metal jamás habría nacido. Ozzy gritaba al abismo. Iommi lo componía.
Ozzy también fue leyenda por motivos que rozan lo absurdo y lo sobrenatural. En 1981, durante una reunión con ejecutivos de su sello, mordió la cabeza de un murciélago pensando que era de utilería. El animal era real. El escándalo fue inmediato, el mito también. Años antes, ya le había arrancado la cabeza a una paloma en plena oficina de CBS, buscando impresionar con un gesto que terminó por sellar su reputación como el loco más lúcido del rock. Décadas más tarde, cuando muchos lo daban por terminado, volvió a conquistar al mainstream con The Osbournes, el reality en MTV donde se lo veía balbucear por su mansión junto a Sharon y sus hijos, transformando la brutalidad en ternura involuntaria. Ozzy se convirtió en meme antes de que existieran los memes. Y eso también es parte de su hechizo.
Ozzy se fue. Pero no hay cementerio capaz de enterrarlo del todo. Cada riff lento y maléfico, cada vocal quebrada por la distorsión, cada adolescente que descubre que la oscuridad también puede ser himno… ahí sigue él. Con los ojos inyectados, la cruz colgando, y esa risa que, por siempre, nos va a helar la sangre y hacernos sonreír al mismo tiempo.
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Imagen Portada cortesía de canal oficial Ozzy Osbourne
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