
Fito Páez apareció en escena en su rol más natural: el de director de una orquesta por momentos rockera y por momentos íntima y emocional. Vestido con un frac rojo, saludó con solemnidad contenida al público del Palau Sant Jordi y marcó con un ictus a la banda, transformada en una máquina expresiva perfectamente afinada, para dar inicio al ritual. En minutos, la batuta invisible que empuñaba Fito con solo mover la mano puso a bailar a todo el Palau, como si la música le hablara directamente a los cuerpos.
Las luces se apagaron y el rugido fue unánime: «Olé olé olé olé, Fito, Fito». No era un recital: era el comienzo de algo más grande. Afuera, julio ardía sobre Barcelona; adentro, el Palau Sant Jordi latía como un solo cuerpo cargado de expectativas. Las butacas del campo durarían poco como tales: nadie iba a quedarse quieto. Así se encendía la mecha del PÁEZ TECKNICOLOR en España, con una ciudad entera como primera escena.
Donde Páez señala, la música obedece
Hay una batuta invisible que flota sobre el escenario, y Páez la empuña con gestos mínimos pero definitivos. Aquí nada está librado al azar: ni la entrada de un instrumento, ni el silencio exacto antes del clímax.
Amor es dinero / Bs As 20/30 fue la introducción perfecta: un arranque a capella que marcó el tono cinematográfico de la noche y desembocó en una orquestación potente. «Buenas noches Barcelona», gritó Fito, y con eso bastó para prender fuego los primeros corazones. En El mundo cabe en una canción, se levantó las gafas, miró al público como quien se encuentra con algo inesperadamente bello y soltó: «Me hicieron llorar», mientras se secaba los ojos.
Desde Salir al sol hasta Dos días en la vida, que presentó con una sonrisa diciendo: «esta es una versión un poco diferente pero está buena», el concierto navegó con soltura entre la improvisación y la maestría técnica que sólo Fito puede sostener. En 11 y 6, fue el público quien tomó el control, tapando su voz en los coros y convirtiéndose, por minutos, en protagonista.
Hay un arte invisible —pero audible— que define a Fito Páez y lo separa de cualquier otro intérprete de su generación: la capacidad de reescribir sus canciones en vivo sin perderles el alma. Cambia letras, ajusta tonos, estira ritmos, acelera climas. Improvisa en tiempo real con la precisión de quien no sólo conoce su obra, sino que sabe leer las emociones del público al segundo. Esa maestría musical se refleja tanto en los puentes que tiende entre sus canciones nuevas y los clásicos, como en la forma en que hace evolucionar los temas de siempre hacia nuevas versiones que suenan frescas sin dejar de ser ellas mismas. No es nostalgia, es renovación permanente.
—Mariana Gomez Torres

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Tráfico por Katmandú transformó el Palau en una jungla, luces, oscuridades y beat rockabilly incluidos. En Las cosas que me hacen bien, Fito pidió «Dale, lárgala» y la banda respondió como un solo cuerpo: potencia absoluta.
Y cuando Circo Beat irrumpió —anunciada por el propio Páez como el presentador de una feria ambulante, megáfono en mano—, lanzó con picardía: «Llegaremos en jeep, llegaremos a Barcelona», alterando la letra en vivo para que la ciudad condal tuviera su lugar en el show.
En Cable a tierra brindó con el público: «¡SALUD!», y se sentó al piano como quien baja del cielo a contarte algo al oído. Lo siguieron Los restos de nuestro amor y La canción de las bestias, ambas en versión acústica. Su voz, impecable, tejía cada estrofa con una claridad que dolía.
Pero fue en La buena estrella / Dale alegría donde el show se volvió íntimo: todos los músicos se acercaron a su piano para cantar como una ronda de villancicos rebeldes. Al final, anunció: «Fin de la primera parte».

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Rock, Tango, Salsa, Funk y más Rock
Con cambio de vestuario mediante, Absolut vacío marcó el regreso: una muralla de sonido propagada por la banda. La rueda mágica levantó a todo el Palau.
Maldición y Turbialuz trajo un estreno con humor incluido:«¡Qué lindo Barcelona! Estamos estrenando música nueva. Una cosa es el ensayo y otra cosa es acá», se rió Fito.
La versión funky de Tumbas de la gloria y la locura teatral de Paranoica fierita suite fueron una ópera urbana.
«Bueno, esta pieza es un exotismo argentino. Y se estrenó en el año 2001 y todavía pasa», dijo Páez. Hubo tango intercalado, salsa y un despliegue escénico perfecto. Mariela Vitale (Emme), la talentosa corista, apareció con plumas, y Páez, siempre performático, se calzó unas mangas de cascada coloridas para el cierre del tema.
Todo eso en un solo número: rock, tango y salsa al servicio del espectáculo.
El amor después del amor explotó con el solo final de Vitale, que llevó los coros al límite: en el cierre, los agudos rozaban el grito y los falsetes subían con alto voltaje. En Brillante sobre el mic, Fito jugó con el público, dejando dos “mientras vos” en suspenso para que ellos completaran el estribillo a puro pulmón, y cerrar juntos con un poderoso “mientras vos jugás”.
Y A rodar mi vida fue pogo de felicidad, con mensaje incluido:
«Muchachos, si el reguetón baila, también el rock baila». Fito sonreía.
Última escena: Páez se entrega entero
Los bises llegaron con Sale el sol y una Mariposa tecknicolor que se volvió fútbol: «Oh oh oh oh oh oh» coreado como en la final de un Mundial.
«Acá se trata de juntar los corazones, de cantar y abrazarnos y bailar. Es un gran honor para mí», dijo antes de presentar a su banda.
Y luego se quebró un poco: «No saben lo que nos costó llegar acá, no importa. Gracias Barcelona, gracias Africa, Asia, bueno acá hay gente de todo el mundo, Gracias chau».
Pero había un cierre pendiente. Sin transición, como meditando inclinado sobre el piano, comenzó Ciudad de pobres corazones. Tomó agua, levantó la cabeza y dirigió a la banda. Se calzó la guitarra y protagonizó un duelo eléctrico de solos con su guitarrista Juani Agüero que dejó su Les Paul en llamas.
«¡Buenas noches Barcelona! Viva la música, fuera la guerra», gritó al despedirse.
Reseña Final

Sonido
Pulido, envolvente y cargado de matices. La voz de Fito siempre al frente: clara, expresiva, sin desbordes. Cada instrumento tenía su lugar: los graves sostenían con firmeza, el piano flotaba con elegancia y los arreglos de cuerdas y coros se integraban como si se tratara de una partitura escrita para una ópera moderna. Todo se oía como debía.
Banda en escena
No eran acompañantes: eran parte del guión. La banda funcionó respondiendo a cada gesto conductor de Páez. Vitale sumó momentos de teatralidad y potencia vocal, el guitarrista cruzó solos eléctricos con Fito en escena y la sección rítmica mantuvo el pulso sin fisuras. Todo gesto era música, incluso los silencios.
Recinto y ambiente
El Palau Sant Jordi vibrando desde la primer nota. No hubo necesidad de escenografía aparatosa: bastaron las luces, el vestuario y el despliegue emocional del show para convertir el escenario en un espacio cambiante. La sensación era de estar presenciando algo más cercano a una ópera pop que a un concierto tradicional.
Lista de temas
Una narrativa en actos. El setlist fue mucho más que una sucesión de hits: funcionó como relato emocional con pausas, clímax, epílogo. Cada bloque tenía una identidad propia, desde la apertura cinematográfica hasta la catarsis final. Las versiones no eran copia del disco: eran relecturas, fieles a su espíritu, pero abiertas al presente.
Es lógico que alguien que se nutre de los genios de la música clásica termine dirigiendo una orquesta de la modernidad con esa soltura.
Conexión con el público
Constante y afectiva. Páez dialogó, agradeció, se emocionó. La gente coreó enteras las letras, completó frases, acompañó con la voz, el cuerpo y el corazón. No hubo división entre escenario, pista y platea: fue una obra colectiva. Cada canción era compartida. Fito dirigía, pero el público interpretaba junto a él.
Artista Invitado
Ninguno, y no hicieron falta. Con su banda estable y una puesta cuidada, Fito llenó el escenario sin necesidad de presencias externas. Cada músico tuvo su espacio, pero el eje fue siempre el mismo: el rosarino al mando de su orquesta emocional. Eso sí: a más de un fan le hubiese encantado ver en las pantallas gigantes, durante La rueda mágica, las intervenciones de Calamaro y García, como en el concierto aniversario de El amor después del amor.
Energía general
Elevada, sin altibajos. Todo estuvo al servicio de una curva dramática que se sostuvo sin flaquear durante más de dos horas. No hubo momentos muertos: cada segundo fue parte del cuadro. Fue concierto, sí. Pero también obra, teatro, manifiesto.
Setlist – Fito Páez – Palau Sant Jordi, Barcelona – 5 de julio 2025
- Amor es dinero / Bs As 20/30
- El mundo cabe en una canción
- Salir al sol
- Dos días en la vida
- 11 y 6
- Cuando el circo llega al pueblo
- Circo Beat
- Llueve sobre mojado
- Un vestido y un amor
- Tráfico por Katmandú
- Las cosas que me hacen bien
- Cable a tierra
- Los restos de nuestro amor
- La canción de las bestias
- La buena estrella / Y dale alegría a mi corazón ( medley )
Instrumental - Absolut vacío
- La rueda mágica
- Superextraño
- Maldición y Turbia luz
- Tumbas de la gloria
- Paranoica fierita suite
- El amor después del amor
- Brillante sobre el mic
- A rodar mi vida
Bises - Sale el sol
- Mariposa tecknicolor
- Ciudad de pobres corazones
Nota editorial
Los diálogos transcritos reflejan con fidelidad la voluntad y el mensaje del artista, aunque pueden no ser textuales en su totalidad. En MGZMag nos especializamos en crónicas inmersivas, donde recolectamos la mayor cantidad posible de emociones sensoriales, atmósferas y momentos clave para ofrecer una experiencia cercana a estar ahí. Lo mismo ocurre con los setlists: muchas veces no se reciben oficialmente o el artista modifica el orden en vivo, por lo que la reconstrucción se basa en la observación directa y el cruce con registros disponibles.
Para Escuchar

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(*) PH Mariana Gomez Torres IG @mgzmagculturavisual , IG @MgzLab Visita nuestras redes para más contenido
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