
Hasta que Diana no se transformó de una tímida asistente de guardería en una esbelta máquina de moda, no empezó el seductor coqueteo con la prensa mundial

La transformación de Lady Di de princesa de cuento a mujer que rompe con todos los protocolos de vestimenta puede situarse un día determinado, en 1994, incluso se podría precisar la hora exacta, en la que acude a un evento, una fiesta del Vanity Fair en la Serpentine Gallery de Londres. Ese mismo día, su marido confiesa en la televisión su affaire con Camila Parker Bowles y Diana, lejos de quedarse en casa llorando y buscar cualquier excusa para no acudir a la cita, eligió un vestido de Christina Stambolian, en seda negra, que dejaba al descubierto los hombros –con un generoso escote– y con las piernas al descubierto.

El modelo había sido comprado en 1991, años antes, pero dormitaba en su fondo de armario por ser considerado “demasiado sexy”. Al día siguiente, Diana era portada de la mayoría de las cabeceras de la prensa inglesa y su atuendo pasó a ser bautizado como el “vestido de la venganza” .
Es posible que si el cuento de hadas entre una jovencita, a la que la ropa no le importaba demasiado, a juzgar por sus looks de asistente de guardería –hay uno memorable con una falda con largo a media pantorrilla y trasparente al trasluz–, y el príncipe hubiera funcionado, el calificativo de “icono de moda” jamás habría acompañado al nombre de Lady Di.

Seguramente hubiera seguido con sus estilismos de los primeros tiempos, en el que siempre han predominado los colores pastel, los sombreros, los vestidos que no marcan el cuerpo, y el poco favorecedor largo de falda muy por debajo de la rodilla. Se dice que cuando la joven Diana ingresó en palacio se le dieron unas nociones básicas de moda, a cargo de miembros del staff de Vogue, ya que ella carecía de los principios más elementales. Sin embargo, hay gestos que ya denotan una cierta rebeldía en la futura it girl. En la ceremonia de compromiso con el príncipe ignoró una regla del protocolo que dictaba que el negro solo era permitido para el luto y lució un vestido de chiffon en ese color, con escote palabra de honor y diseñado por Elizabeth y David Emanuel.


Muchos aseguran que el cambio de Diana empezó a gestarse tras el nacimiento de su primer hijo, en 1984. Es entonces cuando Lady Di, empieza a confiar en la modista británica, Catherine Walker, como su asesora y diseñadora preferida junto a Bruce Oldfield y Zandra Rhodes. Otro de sus consejeros en materia de moda fue el diseñador argentino Roberto Devorik. A partir de entonces sus faldas se acortan un poco, sus vestidos o trajes sastres se ajustan y para las fiestas elige brillos y escotes algo más profundos.

En noviembre de 1985 viaja a EEUU. Diana le había comentado a la entonces primera dama, Nancy Reagan, que uno de sus mayores sueños era conocer a John Travolta y una noche, en una recepción en la Casa Blanca, baila con el actor, durante media hora, las canciones de Grease y Fiebre del sábado noche, ante la atenta mirada de los invitados y de su marido ( que dicho sea de paso ya se comentaba del affaire con Camila Parker Bowles). El vestido fue otro de los modelos con los que se puede elaborar una biografía de la princesa. Un traje largo, en azul marino, firmado por Victor Edelstein.

En 1991 Diana fue portada del Vogue inglés –fotografiada por Patrick Demarchelier– lo que no gustó mucho a la reina, pero no es hasta 1994 cuando todo estalla al reconocer el príncipe de Gales sus infidelidades. Si para casi todos el malo de la película era él, Diana no quería quedar tampoco como la tonta ingenua. Sus armas secretas fueron entonces su aspecto y los medios de comunicación y para no ser menos que su esposo, ella también concedió una entrevista a la BBC, donde reconocía que había hecho de las suyas, tenido sus amantes –siempre después de descubrir que su marido le era infiel– y que su matrimonio constaba de tres personas.

En su nuevo papel Diana utilizó la ropa para demostrar al mundo quien era, dejó de mirar al suelo –si nos fijamos en sus primeras fotos siempre aparece con la cabeza hacia abajo y los ojos mirando hacia arriba- y se volcó en sus ayudas humanitarias, en causas como la lucha contra el SIDA o las minas antipersonales.
En cuestión de estilo dejó la moda inglesa y optó por las grandes marcas, algo muy malo para la industria nacional ya que por aquel entonces había adquirido el don de encumbrar a un diseñador con solo llevar sus prendas. ,Chanel, Christian Lacroix, Armani, Jimmy Choo, Manolo Blahnik eran algunas de sus firmas preferidas, y en cuestión de joyas: Chopard o Cartier. Versace llegó a ofrecerle un millón de libras por protagonizar una de sus campañas publicitarias. Cada vestido que llevaba era imitado por miles de mujeres que seguían el estilo Lady Di. Mejoró su peinado, haciéndolo más casual, aunque manteniendo sus señas de identidad y refinó su maquillaje.
El fotógrafo Mario Testino, que la inmortalizó en sus mejores imágenes para la revista Vanity Fair, llevando un vestido de escote halter, de Catherine Walker, dijo de ella: “irradia algo mágico. Mezcla de belleza, glamour y nobleza”.



Curiosamente, la moda y su relación con ella es lo que ha mantenido a Lady Di en los titulares de los periódicos tras años de su fallecimiento. Sus vestidos mas icónicos fueron subastados en Londres y se recaudaron más de 800.000 libras. Por el vestido que llevó cuando bailó con Travolta, el más caro, se llegó a pagar 240.000 libras. Diana ya había vendido muchas de estas piezas en una subasta realizada en Christie’s ,Nueva York, con fines benéficos, poco antes de su muerte.
Lady Di, ya es un icono más de todo lo British….
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